Manuel Almeida Capilla era un frayle ecuatoriano que en sus primeros años siendo joven no tenía buen comportamiento, invitaba mujeres a su habitación y solía escaparse junto a otros frailes del convento San Diego en Quito por las tapias, para pasar toda la noche cantando y tomando hasta que regresaban borrachos al amanecer.
El abad habría tomado una decisión ante la constante falta de los frailes rebeldes, la de aumentar la altura de las tapias. Hecha la ley hecha la trampa, reza un mal refrán, y Almeida no se iba a quedar quieto, se dio cuenta que cerca y a lo alto del crucifijo de la capilla había una ventana, por lo que decidió escapar por ahí, apoyándose en el crucifijo.
Una noche Cristo le preguntó:
-¿Hasta cuándo Almeida?- a lo que respondió sin temor ni vergüenza;
-¡Hasta la vuelta Señor!-.
Después de la manifestación y sin importarle siguió con su trasnocho, rumbeando, cantando y tomando, pero a la salida de una de sus andanzas, vio que a altas horas de la madrugada había una procesión la cual llevaban un cuerpo.
-Una procesión no es común a éstas horas- pensó, y la curiosidad lo llevó a acercarse al féretro llevándose la sorpresa de que el muerto era él. Asustado se regresó corriendo al convento para nunca más escapar.
Tal vez después de esta epifanía y valiéndose de su talento musical, habría compuesto canciones religiosas entre ellas el popular villancico que se canta tanto en Colombia como en Ecuador, basado en las palabras descritas en sus diarios "Dulce Jesús mío, mi niño adorado, ven a nuestras almas, ven no tardes tanto."
Dulce Jesús mío, mi niño adorado
A continuación un video de la leyenda del padre Almeida, en la cuenta Youtube de la municipalidad de Quito que cuenta de forma animada esta curiosa historia.
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